NOS HA TOCADO EL GORDO


Menuda lotería nos ha tocado con los 100.000 millones de euros para los bancos. Hay que ver. La última noticia es que será el entrañable calvo del anuncio el que, con una sonrisa de oreja a oreja, pasará a repartirlos por todas y cada una de las sucursales bancarias de nuestro maravilloso país. A partir de aquí, los bancos sanearán sus cuentas, volverán a dar crédito, la economía se reactivará, todos seremos ricos y podremos compensar los recortes en educación estudiando en las más prestigiosas universidades privadas, y ya nadie se acordará de aquel malvado presidente del gobierno que nos  sumió en esta crisis. Así podría acabar “Blancanieves y los siete enanitos” si los hermanos Grimm hubieran nacido en la Barcelona tardofranquista.  Pero parece que España ya no cree en los cuentos de hadas, y aquí el tonto es ahora el que todavía no se ha dado cuenta de que ser tonto ya no está de moda. 


El cuento de nuestra época aún está en proceso de redactado, y parece que no acaba de haber consenso sobre el núcleo alrededor del cual tiene que gravitar. Lo que sí que tenemos claro más o menos todos es que la introducción trata sobre una crisis que parece que aparezca porque Dios, cansado de la boyante situación económica de los años precedentes decidió ponernos a prueba. De repente, nos encontramos con que la crisis entra sin dar muchas explicaciones en nuestras ciudades, pasa a acompañarnos en casi todas las tareas de cualquier ciudadano que se precie, y se acuesta con nosotros, día tras día, y ya van cuatro años. El paro empieza a subir, o más bien a escalar, y los planes que se ponen en marcha para frenarlo se derriten como helados. El problema de este derretimiento,  aparte de que se demuestra que el congelador es una mierda, y a parte también de que la economía sigue aficionada al descenso de barrancos, reside intrínsecamente en los helados, que, junto con otras cosas, se han comprado a crédito, y ahora empieza a vestirse el cobrador del frac. De repente, parece que la recesión en si se convierta en algo tan secundario cómo la necesidad de formarse. El déficit pasa a ser la palabra favorita de la presentadora del Telenoticias, el ministro y el conseller se van a los chinos, compran unas tijeras de tres al cuarto, y hala: “Sombra aquí, sombra allá, recórtame, recórtame”. Que si subimos los impuestos, que si ya no los subimos más, que si era broma y los volvemos a subir, que si anunciamos un recorte exorbitante hoy para difuminar un poco el efecto que tendrá el próximo dentro de una semana… Hasta aquí lo que afecta a los asuntos propios de casa. Pero en nuestro vecindario (lo que sería la UE), los muy insensibles, empiezan a imponernos más austeridad. Somos un país de vagos, siempre según la doctrina Merkozy, y ahora toca hacer los deberes, en cristiano recortar, liberalizar, flexibilizar y similares. Se olvidan que, durante los años en que Europa era una fiesta de buen rollo y alegría, la música que sonaba en todas las casas (véase política monetaria del BCE) la imponían los matones del barrio. Y claro, ya se sabe, tocar la danza del fuego (tipos de interés bajos) cuando te estás muriendo de frío es algo más que reconfortante. Pero hacerlo en países sumergidos en plena ola (de crédito) de calor, hace que el ambiente se cargue un poquito demasiado, y si además los muebles son de madera sólo se necesita una chispita para que suceda una catástrofe. Y sin embargo, ¿de quién es la culpa? La respuesta es de consenso generalizado: Mía no. “Mía no” dicen los gestores de la política económica en todas sus vertientes, pues ellos sólo intentaban favorecer el crecimiento, aunque fuera más inestable que las figuras del Mecano si no se usan tornillos, “Mía tampoco” dicen los honrados banqueros que sólo intentaban aprovechar la burbuja inmobiliaria y los tipos bajos para rentabilizar al máximo todo su potencial económico dándo créditos a lo loco o peor. “Mía menos”, dice aquel (que ojalá solo hubiera sido uno, o unos pocos miles de personas) que pidió un crédito a sabiendas de que no iba a poder devolverlo… Está claro, la culpa es del Otro, y ahora debe pagar por lo que hizo.


por Nil Noya

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